La mezcla fue facilitada por la circunstancia de que la sociedad española también estaba compuesta de cepas muy diversas y por las características físicas de las razas enfrentadas. Los rasgos de los aborígenes no resultaban chocantes, en general, a los ojos de los españoles; el color de su piel no se diferenciaba mucho del cutis aceitunado de los habitantes del sur de la península, y tampoco diferían en estatura, más bien baja en la mayor parte del nuevo continente. Los españoles no encontraron en América seres humanos tan distintos y exóticos como los que verían en África, China o el archipiélago malayo. Más tarde, cuando los indios de las regiones más hispanizadas fueron asimilándose a los modos de vida de los blancos y adoptaron su indumentaria o copiaron su aspecto personal, muchos pudieron pasar por españoles. Más aun: algunas etnias como los mayas o los guaraní tenían facciones que podían llegar a ser muy hermosas, y así lo reconocieron los cronistas. Fue natural, entonces, la aproximación de los españoles (casi siempre solteros, casi siempre jóvenes) con las mujeres aborígenes, y esto ocurrió desde el comienzo.
... Fueron escasas las mujeres españolas que vinieron al nuevo continente durante el primer medio siglo a partir del descubrimiento. Las uniones entre españoles e indias fueron, pues, algo inevitable, y bien pronto generaciones de mestizos empezaron a poblar América con su ambigua condición de hijos de conquistadores y conquistadas.
Edgar Omar Garcia Yoval
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